Transcurrieron varias horas, que no se distinguieron si eran segundos o
siglos ya que la pareja no tenía noción de tiempo. Los dos solos en la casa que
parecía infinita por el espacio vacío que había. Afligidos, fueron los dos al
dormitorio de Félix y cuando abrieron la puerta se llevaron una sorpresa única,
y la ira les comenzó a fluir como magma por toda la sangre. En la habitación de
su hijo se encontraba su “compañera especial”… desparramada por todas partes,
resulta que la mejor compañía que tenía Félix… era la cocaína.
Uno de los especialistas que observó la escena de la tragedia le había
dicho a la pareja que “… su hijo consumía y, demasiado. Había tenido algún
disgusto o algo que lo haya afectado emocionalmente, entonces el joven aspiro
tanto hasta llegar a un estado de descontrol y de locura. Comenzó a romper
cosas, luego se subió a la ventana de su dormitorio que comunicaba con el patio
del frente de la casa… y saltó… la caída fue muy dura y la sangre que perdió
fue mucha, así que no pudo aguantar hasta que llegara la ambulancia… y el final
todos lo sabemos…”
Ahora la pareja se encontraba en el centro de la pieza, con la mayoría
de los objetos y adornos destrozados. Los dos sentían una culpa imperdonable.
Primero la madre, que sabía perfectamente que su hijo no asistía a educación física,
por comentarios de “el ojo observador”. Ya que lo vio en el pool con sus amigos
y con su “compañera especial”… la cual había conocido en el dormitorio de su
hijo. Pero ella prefirió callarse y no lo supo rescatar a tiempo, pero cuando
hablo ya no podía ayudarlo, pues Félix ya no estaba.
Peor se sentía su padre, que nunca lo escucho. Que cuando pudo evitó
charlar con el y aconsejarlo, que cuando se entero de su secreto prefirió
alimentar su ego y codicia antes que auxiliar a su propio hijo.
Él, de pie y ella sentada en la cama… sus miradas se encontraron en el
silencio, y se dieron cuenta que existía algo en que la pareja coincidía… que
ya era tarde para lamentos.