Ella era distinta. Era fuego y hielo a la vez. A veces, me derretía con su mirada. Otras, me enviaba al lugar más oscuro que pudiera imaginar. Simplemente creía conocerla, pero varias veces me había pasado que estuviera frente a una persona completamente extraña.
Una noche que habíamos salido a cenar a un tranquilo restaurante del centro, le propuse caminar un rato. Al comienzo como que no le agradó mucho la idea, pero un poco a regañadientes aceptó. Pero algo parecía incomodarla y hasta asustarla, porque mientras caminábamos y hablábamos, ella no dejaba de mirar hacia los costados y a veces hacia atrás. Cuando llegamos a una esquina, nosotros nos disponíamos a cruzar y se escuchó una frenada aguda, con un chirrido molesto. Era un taxi que venía a gran velocidad y la luz roja lo sorprendió por completo. Ella parecía que se moría del miedo.
Una vez que volvimos al departamento, mientras me sacaba el saco y me desabotonaba la camisa, me dirigía a la cocina, el teléfono comenzó a sonar. Ella atendió, y a los segundos, su rostro reflejó un pánico atroz, que enseguida me puso alerta.
Una noche que habíamos salido a cenar a un tranquilo restaurante del centro, le propuse caminar un rato. Al comienzo como que no le agradó mucho la idea, pero un poco a regañadientes aceptó. Pero algo parecía incomodarla y hasta asustarla, porque mientras caminábamos y hablábamos, ella no dejaba de mirar hacia los costados y a veces hacia atrás. Cuando llegamos a una esquina, nosotros nos disponíamos a cruzar y se escuchó una frenada aguda, con un chirrido molesto. Era un taxi que venía a gran velocidad y la luz roja lo sorprendió por completo. Ella parecía que se moría del miedo.
Una vez que volvimos al departamento, mientras me sacaba el saco y me desabotonaba la camisa, me dirigía a la cocina, el teléfono comenzó a sonar. Ella atendió, y a los segundos, su rostro reflejó un pánico atroz, que enseguida me puso alerta.