Como es su costumbre Samuel Satanovski disfruta siempre de las mesas ubicadas en la vereda, odia el encierro, aunque también odia a los mendigos que se acercan a la mesa pidiendo monedas. Pero entre el encierro y decir que “no”, prefería decir “no”, ya que en un punto lo disfrutaba también.
Mientras continuaba su lectura ve pasar por la vereda de enfrente un hombre de unos 36 años, de contextura muy maciza, pelo casi rapado, ropa nueva de gimnasia, y se puso a pensar que creyó haberlo visto pasar dos veces trotando. También observaba a algunas personas que miraban vidrieras cercanas. Se había quedado un instante pensativo hasta que, un segundo después, del bolsillo interno de su saco, sacó una pequeña petaca metálica y vació una buena cantidad de líquido dentro de la taza de café, mientras se reía como si fuera un niño haciendo una diablura.
De repente una sombra se presentó ante Satanovski, un tipo fornido, de unos 44 años, con aspecto de policía, vestido de jean azul, camisa a cuadros color bordo y de botas de cuero marrones.
- ¿Samuel Satanovski? – Preguntó el tipo fornido.