Transpiraba a manantiales a pesar del aire acondicionado. Llevaba un ramo de flores enorme, vestía elegante y se había perfumado a litros. Hizo un leve suspiro y entro a la habitación del hospital. En ella descansaba su amada, que hacía varios días que estaba internada y no podían encontrar el motivo de su malestar, y que a pesar de lucir un aspecto casi moribundo, aún conserva los rasgos de una hermosa mujer.
Al muchacho le temblaban las piernas viéndola así, y se anticipaba a los pronósticos médicos, pensando que no tendrían esperanzas de salvarla. Dejó el enorme ramo en el florero de vidrio que estaba en la mesita de luz y le coloco un poco de agua. Tomo la débil mano de la joven y la sentía áspera, casi sin vida, su pulso era apenas perceptible por el tacto de él… lamentablemente no era muy buena señal.
Con esfuerzo ella abrió sus ojos y lo vio sentado a su lado, intento apretarle su mano pero sus fuerzas se agotaban cada vez más, entonces le dedico una tierna sonrisa. Noto el ramo en el florero y una salada lágrima se desprendió de su ojo, y el otro ojo celoso no iba a ser menos, entonces también comenzó a lagrimear.
El la veía poco atractiva en ese aspecto demacrado, pero de todos modos le beso la frente, y le pareció que había besado una lapida.
- Hola preciosa
- Viniste a verme
- Claro, ¿como te voy a dejar sola?
- Te quería ver… antes de irme – suspendió el comentario por culpa de la tos.
- No te vas a ir a ningún lado… vos quédate tranquila.
Él le acomodo la almohada para mejorar su posición y le humedeció los labios, que absorbieron el agua como una esponja seca.
Ella cerró los ojos para descansar y él se quedo sentado en una silla al lado de la cama. Pasaron las horas y los dos se durmieron. Él se despertó sobresaltado y no noto signos de vida en su amada. Desesperado comenzó a llamar al doctor y a la enfermera.
De todos modos le tomo su muñeca para comprobar si había pulso, y por fin se convenció de lo inevitable… ella había muerto.
Los llantos no se hicieron esperar, él se aferro a la mano seca y áspera del cadáver y comenzó a humedecerla con lágrimas de culpa.
- Discúlpame… discúlpame… el veneno no era para vos… era para tu mamá.
Pero él no se había dado cuenta que el medico y la enfermera ya habían entrado a la habitación cuando se confeso ante la muerta.
Al muchacho le temblaban las piernas viéndola así, y se anticipaba a los pronósticos médicos, pensando que no tendrían esperanzas de salvarla. Dejó el enorme ramo en el florero de vidrio que estaba en la mesita de luz y le coloco un poco de agua. Tomo la débil mano de la joven y la sentía áspera, casi sin vida, su pulso era apenas perceptible por el tacto de él… lamentablemente no era muy buena señal.
Con esfuerzo ella abrió sus ojos y lo vio sentado a su lado, intento apretarle su mano pero sus fuerzas se agotaban cada vez más, entonces le dedico una tierna sonrisa. Noto el ramo en el florero y una salada lágrima se desprendió de su ojo, y el otro ojo celoso no iba a ser menos, entonces también comenzó a lagrimear.
El la veía poco atractiva en ese aspecto demacrado, pero de todos modos le beso la frente, y le pareció que había besado una lapida.
- Hola preciosa
- Viniste a verme
- Claro, ¿como te voy a dejar sola?
- Te quería ver… antes de irme – suspendió el comentario por culpa de la tos.
- No te vas a ir a ningún lado… vos quédate tranquila.
Él le acomodo la almohada para mejorar su posición y le humedeció los labios, que absorbieron el agua como una esponja seca.
Ella cerró los ojos para descansar y él se quedo sentado en una silla al lado de la cama. Pasaron las horas y los dos se durmieron. Él se despertó sobresaltado y no noto signos de vida en su amada. Desesperado comenzó a llamar al doctor y a la enfermera.
De todos modos le tomo su muñeca para comprobar si había pulso, y por fin se convenció de lo inevitable… ella había muerto.
Los llantos no se hicieron esperar, él se aferro a la mano seca y áspera del cadáver y comenzó a humedecerla con lágrimas de culpa.
- Discúlpame… discúlpame… el veneno no era para vos… era para tu mamá.
Pero él no se había dado cuenta que el medico y la enfermera ya habían entrado a la habitación cuando se confeso ante la muerta.